Sentado a los pies de la escalera, frente a la puerta de entrada, sus ojos ansiosos por percibir un movimiento, estaban clavados en el picaporte.
Sus cortos 8 años no le permitían entender la frase “para siempre” y por eso la ansiedad de volver a verlo cruzar ese umbral era muy grande.
Algunas veces se movía de su puesto de control para despistarlas a ellas, y no tener que soportar sus largas explicaciones, que él todavía no podía asimilar.
Cada uno de los juegos que decidía iniciar tenían su epicentro en aquel sitio, que le permitía ser el primero en visualizar cualquier movimiento que ocurriera en la puerta.
Un día observó la sombra de unos pies pegados a la puerta, y su corazón se agitó, podía sentir en las sienes su propio ritmo cardíaco, la ansiedad se había apoderado completamente de él, y sus pequeñas manitos no sabían que hacer. Como si hubiese recibido una cachetada, todas sus emociones y sensaciones se detuvieron cuando oyó el sonido del timbre; Su cabeza pensaba cíclicamente es-no es-es-no es, así durante lo que a él le pareció una eternidad, pero sólo fue el tiempo necesario para que la madre viniera a abrir la puerta.
Cuando la madre corrió su cuerpo, la cara de él se iluminó con una sonrisa.
El padre lo levantó lo besó y lo estrechó en sus brazos. Nunca volvió a ser tan feliz como aquella tarde.
NaRa
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